Omar Gimenez entrevista Jorge Anders
Al frente de su Jazz Orchestra, Jorge Anders, extraña la bohemia de los `60 y los `70 en Buenos Aires, pero mantiene su música plenamente vigente. Después de editar un disco (‘Going Home’), en el año 2015, prepara otro con arreglos inéditos propios mientras mantiene una rutina de dos conciertos mensuales en Notorious.
Los recuerdos de un músico con una rica trayectoria que incluye tempranas presentaciones a dúo con Leandro “Gato” Barbieri en el mítico “Jamaica”, el trabajo durante cinco años en la orquesta de Duke Ellington cuando era dirigida por su hijo Mercer y una recordada grabación junto a Oscar Alemán, el único disco en que el guitarrista chaqueño aparece acompañado por una orquesta.
Si algo ha cambiado, eso es nosotros. La bohemia que fue característica del Buenos Aires de los años `60, ya no está. Y eso extraña Jorge Anders, director de la Jorge Anders Jazz Orchestra y dueño de una historia habitada por valiosos recuerdos de esos tiempos donde brillan nombres que quedaron grabados en la historia grande. Astor Piazzolla. Leandro “Gato” Barbieri. Oscar Alemán. Pero lejos de entregarse a la nostalgia, Anders y su orquesta están plenamente activos y vigentes.
Su big band sacó un disco en 2015, Going Home y ya prepara otro con nuevos arreglos inéditos, mientras sigue con la rutina de dos conciertos mensuales en Notorious, luego de cuatro años de tocar semanalmente en el mismo local. En ese trajín, Anders – un admirador de directores como Duke Ellington, Count Basie o John Clayton, que reconoce que su amor por el jazz floreció al escuchar un disco de Benny Goodman – se muestra orgulloso de aportar dos elementos que considera cruciales al frente de su banda: la experiencia y el humor.
Anders volvió a Buenos Aires en 2010 después de 30 años de vivir y tocar en Estados Unidos, entre otros, con la Duke Ellington Orchestra, al comando de Mercer, el hijo del gran Duke. Lo hizo para dirigir una big band durante un concierto en el Teatro General San Martín. Ese fue el puntapié inicial de su regreso definitivo, al frente de la misma orquestra con la que trabaja desde 2011, trabajo por el que fue distinguido por la Fundación Kónex en 2015. Puesto a comparar, dice que trabajar con big bands en Estados Unidos implica, sobre todo , una mayor competencia.
“Buenos Aires es una ciudad cosmopolita con un gran nivel cultural y, aunque haya menos competencia, porque hay menos big bands, el nivel de los solistas es muy alto. La ciudad no gravita tanto en la escena musical internacional, sólo porque está lejos geográficamente. Por lo demás, trabajar con una big band siempre es un desafío extra, si se lo compara con grupos más chicos.
En mi caso no inicié la banda de cero, porque los músicos fueron convocados por Hugo Pierre, ya fallecido. Si eso no hubiera sucedido no hubiera armado la banda por mi cuenta, porque no sabía cuál era el panorama, quién estaba y quién no. Aparte muchos músicos de mi generación murieron, como Pocho Lapouble, el Bicho Casalla, el Negro González”.
ENTREVISTA
Omar Gimenez – ¿A la hora de arreglar y componer? ¿Cuál es su manera de trabajar?
Jorge Anders – Hay dos posibilidades, algunos prefieren trabajar sobre un ‘score’ general y que después un copista se encargue de transcribir las partes para los instrumentistas. Yo trabajo de otra manera, lo hago directamente sobre las partes de cada músico, así tengo presentes los detalles si surge una duda.
OG – Alguna vez, en vivo, contó una anécdota, según la cual Mercer Ellington le dejó quedarse con un arreglo original de Billy Strayhorn (el famoso arreglador de Duke Ellington) que actualmente usted toca con su orquesta.
JA – Fue así: Mercer un día me mostró un baúl y me dijo que ahí había scores de la orquesta de Duke Ellington; no todos los que se escribieron, porque se hicieron cerca de 1.200 que nunca se estrenaron, pero sí los conocidos. Le dije: ¨ ¿porqué no me regalás uno?”, pero más que nada para tenerlo, para verlo. Y me dijo: “está bien”. Yo elegí el de “Warm Valley”, una balada que todavía tocamos. El arreglo es original de Billy Strayhorn y lo tocaba con la orquesta de Ellington.
OG – ¿Cómo fue trabajar con Mercer Ellington?
JA – Trabajé con él durante cinco años, del ´82 al ´87 tocando flauta, clarinete y tenor. Y haciendo arreglos. Todavía tocan los arreglos que yo escribí. Cuando murió Duke, Mercer hizo las cosas un poco diferentes. Trató de utilizar el estilo antiguo de la orquesta, del año `28, `29. Strayhorn llegó en el `39. Con él la orquesta tocaba muchas cosas rápidas, mientras que Ellington favorecía la parte dramática, melódica. Fue una experiencia que me dejó mucho en lo musical.
Omar Gimenez – ¿Cómo ve el panorama de las big bands en Buenos Aires?
Jorge Anders – Cuando yo me fui todavía no había muchas orquestas acá. Toqué con Pocho Gatti, Con Rodolfo Alchourrón. Por suerte hoy , la cosa es distinta, hay varias big bands tocando en Buenos Aires. De las bandas que suenan hoy vi a la de Walter Rinavera y a Artristry, cuando el Negro González tenía Jazz y Pop. La diferencia que uno ve es que acá no hay la competencia que hay en el norte. Allá se compite ferozmente, pero básicamente para elevar la calidad del producto. En Estados Unidos cada universidad tiene su big band, se dedican todo el día al instrumento, tienen profesores de primera. Entonces hay mucha calidad, porque tienen todo servido. Acá el director de una big band tiene que dedicar tiempo a conseguir el trabajo, reclutar los músicos. Hay un desgaste grande en la parte del armado que allá no existe. Allá hay una cátedra de big band en la Universidad. Entonces todo lo que hay que hacer es estudiar en serio y tocar. Acá tenés que hacer todo. Que también, visto desde otro ángulo es un lindo desafío. Te mide el carácter.
OG – ¿En qué rol se siente más cómodo, en el de director o en el de arreglador?
JA – Eso en mi caso va todo junto, porque soy compositor , arreglista y director, por lo tanto tengo que hacer las tres cosas, sino no funciona. El disco que sacamos, por caso, tiene dos canciones de Duke, In a Mellow Tone y Prelude for a Kiss y tiene una de Strayhorn. Lo demás es todo música mía.
OG – ¿Componer para big band es más difícil que hacerlo para formaciones más chicas?
JA – Si.
OG – ¿En dónde radica la dificultad?
JA – En la magnitud del evento. Si vos te tenés que ajustar a los 16 tipos de una orquesta te va a llevar más tiempo y preocupación que si escribieras para cuatro o cinco. Pero también me ha pasado de escribir para septetos u octectos y que me lleve su tiempo. Cada vez que te sentás a escribir lleva su preocupación. Pero la orquesta me parece más elocuente, por su peso.
OG – De entre las cosas que se cuentan de sus inicios, se dice que reemplazó al Gato Barbieri en el mítico Jamaica, que junto con el 676 fueron lugares legendarios de la movida del jazz en Buenos Aires en los `60. ¿Cómo era el espíritu de esa época comparado con el de hoy?
JA – No es que lo reemplazara. El quería que yo tocara con él. Yo tenía 20 años y él era más grande. Me mandaba mensajeros que me decían, ´esta noche te espera en el boliche, llevale cañas que no tiene´. Tocábamos juntos, dos tenores, empezaba a la medianoche y terminaba a las cuatro de la mañana .
OG – Esa movida no existe más…
JA – Te doy un ejemplo. Cuando yo hice el último concierto antes de irme fue en el Teatro Coliseo Y llevé 15 músicos de la orquesta, 8 invitados y el cuarteto, o sea que tenía en el escenario 30 personas. Después de eso comíamos en Bachín, que era un lugar tradicional, folclórico. Eso no existe, hoy.
OG – O sea, la bohemia se perdió…
JA – Para nosotros había dos conciertos, uno el concierto en el teatro y después el concierto en Bachín, que era masticar. Pero era obligatorio, algo que nadie pensaba: ´hay que hacer esto´, venía automático. Hoy los muchachos tocan y se van a la casa. Yo no creo que sea una cuestión económica, para nada. Pienso que se perdió el espíritu. La comunión entre músicos cambió. Hoy no depende de lo que yo proponga. Los tipos terminan de tocar, guardan el instrumento, cierran el estuche y salen corriendo.
OG – ¿Y esas trasnochadas, eran enriquecedoras? ¿Cómo las recuerda?
JA – ¡Claro! Ahí se arreglaban todas las diferencias. Por ejemplo, Astor Piazzolla tenía fama de odiar a los músicos del tango tradicional. El tocaba conmigo en el 676. El tenía la típica y yo la jazz. Después de tocar íbamos a comer a Pipón, en Esmeralda entre Lavalle y Tucumán y D´arienzo, un músico del tango más tradicional, al que llamaban ¨mochila¨, porque tenía una joroba, llegó una noche con dos chicas que había contratado para que lo acompañaran, dos monumentos. Entonces se para Astor y le dice “vení , mochila, traé las namis y vení” y se abrazaron como si fueran dos hermanos. Una cosa inesperada para la fama que tenían, como si fueran adversarios. Había un humor, una cosa diferente.
OG – Y esa ausencia de comunión, esa falta de espíritu bohemio: ¿se refleja en lo musical?
JA – Bueno, lo que ha compensado un poco la cosa en mi caso es mi personalidad. Porque yo vengo de esa época y tengo un montón de modismos que son de ahí. Por ejemplo, el primer alto de mi orquesta, que es un pibe fenómeno que escribe muy bien, me dice: “maestro, ¿usted cuándo grabó con Oscar Alemán? y yo le contesto , “en 1432”. Entonces se desbarata de risa y se genera una atmósfera alrededor del humor que es buena para tocar.
OG – Ya que hablamos de Oscar Alemán: ¿cómo fue la experiencia de trabajar con él?
JA – Cuando lo hice yo tenía a los músicos más modernos de mi banda en contra. Me decían ´¿cómo vas a grabar con ese tipo?´, cuando Alemán venía resurgiendo después de un período oscuro. Sin embargo yo lo recordaba de los conciertos de la confitería Richmond, cuando tenía 12 años e iba con mi padre y me parecía asombroso lo que hacía. Lo fui a ver a su casa. Hicimos un disco, el único disco que tiene con orquesta, que se llama “Oscar Alemán con Jorge Andres y su orquesta” y que tuvo muy buenas ventas en Europa. Ahí hay un tema mío que el tocó con guitarra española. Todo, todo lo grabó a primera vista. Ahora se lo reconoce. Y se lo merece totalmente. Era un músico fantástico.
OG – ¿Cuáles cree que son los requisitos para ser director de una big band hoy?
JA – Bueno, hay dos tipos de directores. Uno que dirige la orquesta con un palito, que no tiene ninguna conexión con la música; es una cosa acrobática. Y está el tipo que escribe. Pero hay muy pocos que escriben, arreglan y dirigen, que es lo que a mí me gusta y hago. Además, el director tiene que ser alguien conectado emocional mente con los músicos. Lo ideal es que el músico de big band tenga alrededor de 30 años y el director tiene que ser alguien mayor que se interese por quiénes son esos músicos, cómo viven, cómo se sienten. Son cosas naturales que tienen que ver con la humanidad del proceso.
OG – Algunos creen que la música de big band se afirma en una tradición que ya no tiene grandes novedades que expresar. ¿Está de acuerdo con eso?
JA – No. Cada uno ve la película que quiere.
OG – ¿Otra anécdota?
JA – Una noche tocamos con la orquesta de Mercer Ellington para el rey de Dinamarca. Nos pidió que repitamos cinco veces “Sofisticated Lady”. Parece un chiste, pero la orquesta grande siempre tiene un caballito de batalla así. Uno no puede imaginar a la orquesta de Count Basie sin tocar “April in Paris”. Una orquesta siempre tiene un repertorio, puede cambiar una u otra cosa, pero ya hay algo que está establecido. La gente lo pide. A veces demasiado, como en este caso.
OG – ¿Una más?
JA – Cuando tocábamos en el 676, nosotros íbamos a la medianoche y el quinteto de Piazzolla a las dos de la mañana. Una noche le hizo una broma en público a uno de los integrantes de la orquesta, así que decidimos devolvérsela. Yo nunca toqué tangos, pero soy un conocedor del género. Así que fui a las disquerías de discos de pasta y compré canciones de las peores orquestas de tango, las más malas. Hice cinco paquetes y una noche se los entregamos antes de que el quinteto empiece a tocar, cuando ya estaban en el escenario. Pasaron los 45 minutos del show desenvolviendo los discos. Astor no lo podía creer. Nos preguntó quien había hecho la broma y levanté la mano. Me vino a abrazar. Astor era un bromista empedernido, pero con códigos. Le gustaba hacer bromas, pero no se enojaba cuando se las devolvían.